miércoles, 12 de noviembre de 2008

Aves de ciudad


Se levanta con el que ya comienza a ser habitual dolor de articulaciones. Si es que no perdonan, claro que no. Después de lavarse la cara y vestirse con su camisa de los domingos, se cala la gorra hasta las orejas, coge la bolsa y se pone en marcha. Al final Pablo no podrá venir. Tiene tanto trabajo, el pobre. Así que éste, al igual que todos los avisos de última hora, dejará todas las compras del día para el día siguiente. ¿Cómo funcionaba lo del congelador? Y claro, no se puede desaprovechar nada, y mucho menos una mañana como ésta, en la que el sol, aunque tímido, se deja ver a través de las cortinas.
Sale a la calle, con su bolsa en la mano, y se dirige al parque. Espero que no me hayan dejado sin sitio. Claro que no, allí, al lado de la fuente, bien calentito al sol, está su banco preferido, que le hace rememorar tantos momentos, y en el que podría inspirarse infinitas veces para contar historias. ¡Ay! Aquel día en que...

Una sonrisa se asoma inevitablemente a sus labios al pensar en ella, que se sentaba junto a él y que dejó de hacerlo un día. Pero no es momento de pensar en eso. Se sienta. Se sienta y mira y oye y escucha y siente, dejando que todos los colores y sonidos penetren en su cuerpo cansado, para reconfortarlo una vez más. Y, después de respirar hondo, sintiendo el presente como sólo aquellos a los que no les queda más que pasado pueden sentirlo, se dispone a abrir la bolsa.





Y entonces, tan sólo con escuchar el ruido del plástico, el cielo se llena del murmullo gris del batir de alas de las (sus) aves de ciudad.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

oh! q bonito! :D
Eu qero ir a un deses bancos quentiños a deixar pasar o tempo cuando tenga el pelo con mas canas de las actuales, xD, me acompañas?
Lau te queremos!!!!!
Bicos

Anónimo dijo...

Y sus ojos habían visto tantos atardeceres de otoño.

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