viernes, 2 de noviembre de 2007

Métro


La verdad es que el metro, y más el de París, es un lugar cuando menos especial. Es cierto que en esta pequeña ville cosmopolita te puedes encontrar todo tipo de gente andando por la calle (incluso los lunes por la mañana) pero un vagón de metro es sin duda uno de los mejores ejemplos de esta ensalada variada que tiene la ciudad por población. Llegas, corres un poco porque oyes ya el pitido de aviso de fermeture des portes, entras justo cuando empiezan a cerrarse y consigues milagrosamente un sitio al lado de la señora negra y bastante entrada en carnes que lleva un niño a la espalda atado con un pañuelo de unos colores tan vivos que casi duelen a la vista, por supuesto a juego con el que lleva enrollado en un turbante imposible de conseguir para los amateurs en lo de ponerse cosas en la cabeza. Enfrente está ese chico que te suena de la facultad, con la ropa mal planchada y lavada sin suavizante (el dinero está mejor invertido en cualquier bar), que lleva las gafas un poco torcidas y los tenis converse ya con agujeros...¿tocará el piano? Aunque si quieres música es difícil que pases una semana viajando bajo tierra sin que algún hombre canoso y con una curva de la felicidad bastante prominente entre con un acordeón y cante siempre, sea el que sea, un bésame mucho con un deje melancólico de juventud de dos perdidos por las callejuelas de Montmartre... Siempre acompañado del eterno vasito de plástico, aquí hasta el sonido de las monedas cobres y doradas cayendo dentro suena bien. La mujer que está a la derecha le ofrece el dinero sin mirarlo, está a muchos años luz de la oscuridad del paisaje monótono que se observa a través de las ventanas. Tendrá unos 60, pero sigue jugueteando con su pelo igual que cuando estaba sentada delante de aquel músico que le ofreció tantas cosas y luego se las llevó todas...Su maquillaje es perfecto, y ella guapísima, lleva de maravilla la boina además, sin caer en clichés ni estereotipos. Sus labios rojos forman una sonrisa triste al oír la canción del acordeonista, porque ya a ella le dijeron en alguna ocasión como si fuera esta noche la última vez...y fue verdad... Tan verdad como a la quinceañera que se sienta a su lado bañada en lágrimas y diciéndole a su amiga por teléfono que no entiende por qué... Se le está corriendo el rímel que con tanto esmero se puso esta mañana pero ya le da igual, porque él no la miró...y ahora qué importa? Porque en el metro nadie te mira. Un vagón tan pequeño que deja entrever tantos mundos tan diferentes...
¿Y yo? ¿Qué escribiría un observador de mí? Quizá que la chica que se encontró en el metro y que sonreía en ese momento anhelado por cualquier pintor impresionista lo hacía porque por fin había dejado de tener tantas cosas banales por las que preocuparse que podía dedicar un rato de tiempo y muchas líneas a escribir sobre algo banal que no preocupa...

He tenido morriña...De mi casa, de mi cama, incluso de mi calle, del mar, del Náutico y de los baretos cutres de Vinos, de las partidas de Trivial interminables (y de que cuando conseguíamos terminarlas empezábamos de nuevo), del CUVI, con sus caballos y ovejitas, de la FFT y su olor característico, del caféconlecheenvaso, del té verde, de las napolitanas de Paloma...
Y volveré a tenerla...mañana, posiblemente.

Pero ahora mismo, tan sólo me gustaría traeros a todos y que llenásemos un vagón de metro.

No hay comentarios: